La primera jugada del partido


Este es el segundo (el primero es "Socios"de la serie de relatos publicado por Wasted Talent acerca del fútbol. La serie se llama "Nitti, y a vos quien te juzga y forma parte de un libro de relatos próximo a aparecer (por ediciones WT). Espero que les guste y lo disfruten como he disfrutado escribirlo. Abrazo
Mariano WT

Todos queremos (y creo fervientemente que todos deberíamos tener) un día de gloria. Un instante mágico en donde todo nos sale como debería salir. Hace diez años ya, estuve a un paso de esa gloria. Todavía sueño con ese momento de tanto en tanto.

No soy un virtuoso. Tampoco un técnico. No tengo el consuelo siquiera de ser un defensor implacable. Si bien corro bastante rápido y cuando estoy en estado aguanto lo que sea, tampoco soy un motorcito al estilo Simeone.

Soy de esa raza que pasa por las canchas con andar frágil y desgarbado, supliendo con sentido de la oportunidad la falta de virtudes antes enunciadas. Y por si fuera poco, las oportunidades que tuve tampoco fueron muchas.

Bien, ya lo dije. Exorcicé el primero de los fantasmas que acosan a un hombre como yo. No soy -y nunca seré- un gran jugador de fútbol.

He metido goles, sí. Muchos de ellos ayudado por mi posición habitual (bien arriba, de punta, abierto contra una de las líneas preferentemente la izquierda aunque sea diestro), la mayoría de rebote, como quien no quiere la cosa o estirando el pie entre el zaguero y el palo, casi flotando. Pocas definiciones contundentes, pocas cucharitas sobre la cabeza del arquero. Doy siempre una imagen displicente que, cuando no sos el Panza Videla o Gorosito, queda definitivamente para el culo. Si me apuran y me obligan a compararme con alguien el pobre elegido podría ser Mauro Airez, un siete que pasó por Argentinos e Independiente a principios de los noventa para emigrar al fútbol portugués. Su gol mas recordado fue jugando para Independiente: el arquero saco de su arco con tal violencia que al rebotar en la puerta del área en la espalda de Mauro la pelota escribió un globito que terminó adentro del arco. Así que imagínense. Si ese es el original, que podía quedar para la tercera copia carbónica.

Esa es mi cruz y no se la deseo a nadie. Hubiese dado unos años de mi vida por jugar como Riquelme... es más, no hablemos de jugadores de primera, no necesitaba tanto, cuanto hubiese dado por jugar como Diego Feld o Diego Ghigliazza1, amigos míos que cuando querían dar un pase de veinte metros o pisarla y salir jugando, lo hacían y ya.

Era en el año 1991 y la secundaria comenzaba a desdibujarse para dale paso a otras experiencias. Los últimos meses del año fueron de todo menos académicos.. Nadie nos pedía nada en el colegio y nosotros le explicábamos a los padres que era “un descansito antes de la Universidad” Si hubiese sabido en ese momento que la Universidad iba a ser un descansito permanente en el bar de la facu, quizás me habría sentido un poco más culpables por ese vacío que duró desde el viaje de egresados en septiembre hasta el mayo del año siguiente.

Nuestro grupo de amigos, cansado de descansar, fue una usina de ocurrencias estúpidas pero que en ese momento sonaban grandiosas.

La primera fue maravillosa: Armar una banda de cumbia. Ninguno de nosotros sabía tocar nada pero hicimos ensayos y todo. Tenía un nombre bastante pasable... “Juan Oscar y sus Petardos Azules”.

¿Cómo, no tienen ustedes el disco a mano? ¿No bailaron acaso durante veranos enteros con nuestros hits? ¿No llevan remeras con nuestros nombres? Hacen bien, a las dos semanas del nacimiento la banda dejó de tocar. Fue una perdida para el arte pero ya estábamos embarcados en otro proyecto.

Alejandro Sciarrillo vino con la idea. “¿Y si armamos un equipo posta y nos metemos en la liga del Najera?” Ale vivía en Mataderos y si bien no era el líder del grupo era al que se le ocurrían los delirios más grandes. Él había armado la banda de cumbia e incluso le puso el nombre. La liga del Najera era (y es) una de las tantas ligas amateurs que juegan los fines de semana en Buenos Aires. Las canchas están detrás del Barrio Najera, en el Bajo Flores al costado de la cancha del Deportivo Español y son más de 60 equipos divididos en cuatro categorías. Ex jugadores, pibes voluntariosos y carne vencida de las inferiores juegan semana a semana en partidos a muerte con las hinchadas pegadas a la línea de cal. Cuando Alejandro vino con la idea del equipo sus ojos brillaban en un rapto profético.

-Hueso –así me llamaban–, soñé que armábamos un equipo, pero un equipo en serio, de cancha de once, con camisetas y pantaloncitos. Íbamos a jugar a un campeonato y lo ganábamos de punta a punta. Estaban Diego Feld, Diego Ghiggliazza, Mariano Molina, Adriancito... estaba hasta el portero de tu edificio, ¿cómo se llama? Eso, Roberto. Camisetas celestes y pantalones negros, como los uruguayos pero más oscuras... tipo las suplentes que usó la selección en México. ¿Me seguís?
–Si te sigo ¿y que más soñaste? ¿Que jugábamos contra el Milan?–le respondí, herido porque no me había nombrado en el relato.
-No no... cazá bien esta. Vos estabas ahí.
-¿Ah sí? –me hice el desinteresado pero por dentro hervía de placer. Será un sueño pero no quería quedarme afuera- ¿y de qué jugaba?
-No boludo... vos eras el técnico.
El golpe fue grande, esa no me la esperaba. De un plumazo no sólo me había borrado del equipo sino que me decía entre líneas lo que nadie quiere oír: Sos horrible. Alejandro se dio cuenta enseguida y la trató de arreglar. El daño ya estaba hecho.
-Pero técnico posta, elegir los jugadores y todo eso –siguió-. Además, vos te desgarraste en el Cerro Catedral y todavía no podes jugar.
La última frase vino acompañada con un apretón en el hombro. Es cierto, durante el viaje de egresados haciendo culopatín sobre la nieve me desgarre el aductor derecho, pero los dos sabíamos que era una excusa. La verdad de la milanesa era una sola: no daba para una liga. Pero por otro lado lo pensé bien y no estaba mal el asunto de ser el DT. A un técnico se lo respeta, además era casi como un técnico de selección, no me imponían los jugadores sino que podía elegirlos entre la gente que conocíamos. Tenía un solo vedado, el sueño de Alejandro me lo había adelantado, yo no jugaría. Pero perdido por perdido decidí llevarle la corriente. Total, era una charla de pura paja en la hora de geografía.

–¿Y que más? ¿Soñaste como íbamos a jugar? ¿Era un sueño bilardista o menottista? –lo gasté.
–No, de eso nada, pero falta lo mejor –susurró con los dientes apretados–, tengo el nombre del equipo.

Walter Gardeazabal, que se sentaba al lado de Alejandro se enganchó a nuestro sueño. Se la había pasado escuchando desde el principio haciéndose el gilún pero cuando salió la cuestión del nombre no pudo aguantar y lo cortó a Ale.
–Como... ¿Cómo se llama?
Alejandro lo miró casi con desprecio, el pescado había venido a interrumpirle el clima que había creado con su visión profética. Tomó aire para intentar recuperar algo de suspenso y disparó.
–¡20 de Octubre!
Mi cabeza se puso a revisar archivo por archivo. No era el cumpleaños de él, tampoco de su viejo (quien sabe, en una de esas le quería hacer un homenaje) ni ninguna fecha patria aparente. El apurado de Gardeazabal le salió al cruce enseguida mostrando la hilacha de preguntador precoz, sin darse cuenta que cuando uno tira algo así lo único que quiere es que los otros adivinen, no que pregunten una y otra vez que pasó. Alejandro se iba acomodando en el pupitre con una media sonrisa y las cejas cada vez mas cerca del pelo. Lo estaba gozando, pero yo no le iba a dar por vencida esta... seguro que lo sabía.

Ya sé... –dije devolviéndole la sonrisa como quien canta una contraflor al resto- no se como no me avive antes... es la fecha patria por antonomasia, el nacimiento de una nueva era –ya estaba lanzado y el que tenía ahora al misterio debajo de la suela era yo– el día que reverenciaremos por los siglos de los siglos: El nacimiento en un hospital de Villa Fiorito de... ¡Diego Armando Maradona!
–¡Eeeeexacto! –festejó Alejandro tan fuerte que hasta la sorda de “La Maniglia” dejó de hablar de isobaras e isotermas para mirarnos a nosotros.
–Huesito, tenemos que hacerlo, es un mandato del Diego –imploró.
–Tenés razón, ya mismo me pongo a armar la lista.

La lista fue fácil. Una suma cerebral de todos los pibes que la rompían en el Urquiza de Flores más algunos vecinos de la cuadra y amigos de mi hermano. Es como si te dan mil millones de dólares y te dicen: “Armá el equipo de tus sueños” Era un equipazo, salvo Pablo Guede que para esa altura alternaba con la primera de Español, todas las figuras futbolísticas que conocíamos a nuestro alrededor estaban adentro.

Nos anotamos en la semana siguiente después de haber juntado las firmas, como faltaban dos semanas para el torneo nos fuimos a jugar unos partidos de entrenamiento al Parque Avellaneda. Agarramos un rejuntado de pibes y le dimos el pesto: 7 a 1. Al sábado siguiente a una familia entera más unos tipos que paseaban por ahí les metimos 9... Éramos imparables.
Y cuando el mosquito se pone a arar y dice “éramos” es porque me había tragado la de DT. Todos me escuchaban y el equipo tomaba forma.

Hasta que llego el día. El día.
Estrenamos las camisetas que compró la vieja de Ale con guita de la Unidad Básica del padre. Tan lejos no había estado, el equipo no se había llamado 20 de octubre como homenaje al viejo, pero la camiseta llevaba en el pecho la leyenda “UB 17 de Octubre, Sciarrillo Conducción”. Otra vez más los nexos del fútbol y la política quedaron expuestos. A mí me parecía raro que las camisetas vengan de arriba pero como decía el Gordo Martín, “a caballo regalado no entran moscas” y la verdad que el único problema fue hacerle poner la camiseta a Miguel Fleytas, radical furioso hijo de un viejo puntero de barrio que terminó usándola con la condición de pegarse una foto de Irigoyen en la manga.

Y ahí estábamos nomás, veinte hombres en búsqueda de un sueño compartido, como en las viejas semblanzas deportivas de los noticieros cinematográficos de la época de Perón, algo asi como: “El Equipo cumple, Feuer Dignifica”. Y entonces apareció el otro equipo, la alegría era completa.
–Che, estos son más viejos que Matusalén –susurró Adriancito desde sus dieciséis temporadas en el mundo- tienen como 30.
–En cada pata –le contestó Diego–, a estos los matamos con el físico, hay que correr la cancha.
–Eso –me interpuse ocupando el lugar para el que había sido invocado por el sueño de Alejandro–, salimos a abrirles la cancha, quiero un equipo compacto... la última línea atentos a Mandi para salir al orsay. Los dos Diegos, cuando uno la tiene el otro se desmarca. Vos Picho siempre pedila arriba que con la altura los matas. ¡¡¡Vamos que no nos pueden ganar eh!!!

Y así, después de decirles toda la sarta de pelotudeces que se me habían ocurrido, salieron a la cancha para comérselos vivos. O eso creíamos.

El baile de los jovatos fue memorable. No me acuerdo cuantos metieron porque a los diez paré de contar. Todas las jugadas nuestras morían en los pies del cinco de ellos, un tipo de cuarenta y cinco años que por el aplomo y la ubicación –bien parado en el diome–, parecía Pipo Rossi. Y cada pelota que pasaba por Pipo, en dos o tres toques terminaba en nuestro arco. Todo, pero todo ¿eh? Nos salió mal. Cuando ya íbamos tres cero abajo a Mandi se le ocurrió gritar: “¡¡Salimos!!” Salieron todos, pero el canoso que iba con la bola siguió solito solito, sin dar pase alguno. A no ser que como Renato Cesarini, consideremos el gol como un último pase a la red.

El viejo Cesarini, Griguol, Labruna... todos los fantasmas caían sobre mi cabeza y me exigían que revierta el resultado moviendo el banco y yo lo único que podía hacer con el banco era moverlo unos metros para que no moleste. Chistes aparte, nada funcionaba como debía. Cuando trate de meter al hermano de Adrián (el mayor del equipo, un treintaañero muerto por el faso pero que metía pierna fuerte para parar al equipo del PAMI) nadie quería salir. Tuve que llamar tres veces desde la línea para que salga el Gordo Martín. Al final cuando el árbitro amenazó con echarlo si no salía se fue por la línea directo hacia los bebederos y me dirigió un sutil: “Hueso la rechoncha de tu hermana”. Hermana no tengo y con la suya, una rusita pecosa no me entretengo ni en pedo. Además, tenía problemas más graves como por ejemplo rearmar el equipo después de que el hermano de Adrián, haciendo uso de su conocida pierna fuerte nos dejó con diez a los cinco minutos de entrar.

El partido terminó porque siempre terminan en algún momento, pero la verdad que pareció eterno. Encima cuando estaban todos tirados en el piso discutiendo la derrota se acerco “Pipo” con otro mas de los contrarios a calmarme con una gastada paternal.
–No se preocupen pibes, son jóvenes... tienen que calmarse y crecer un poco nada más. Es cuestión de jugar como equipo. Mírennos a nosotros, algunos ya estamos más cerca del arpa que de la guitarra, pero la seguimos moviendo ¿eh?
–Y sí... –le conteste como cuando se dice eso porque es lo único que se te ocurre que no termina en madre.
Viejo culeado... encima cuando se iba, se dio vuelta y con una media sonrisa ladeada, como si fuese a quedar en la tapa del Gráfico agrego.
–Acordate que lo que tiene que correr es la pelota, no el jugador –y guiñando un ojo hizo mutis por el foro.

El sueño profético de Alejandro se iba por las cañerías y el espíritu del Diego nos abandonaba en el momento que más lo necesitábamos. La verdad que lo que había pasado era más que obvio. Más allá de la calidad de los jugadores, no teníamos un equipo sino un rejuntado dos picados de parque no alcanzaban para el nivel de la liga. Para colmo más de la mitad nunca había jugado con botines y un par ni siquiera habían pisado la cancha de once. Una cosa es moverla en el gimnasio del colegio y otra muy distinta era salir a cruzar al wing contrario cuando tu compañero más cercano esta como a veinte metros.

Nos fuimos calientes con la idea de volver con más furia el siguiente sábado, cosa que hicimos con dignidad y valentía. Pese a no ser los veinte del plantel –algunos habían desertado por no haber jugado ni dos minutos en la goleada, entre ellos Miguel Fleytas que se excusó con un “Mirá Hueso, yo la camiseta peroncha no me la quería poner... pero encima para quedarme todo el partido sentado haciendo campaña menos que menos” –, el equipo consiguió un honroso 1-4 con un memorable gol de penal de Diego Ghigliazza a los 23 del segundo tiempo cuando íbamos dos a cero y un tiro cerquita del palo de Roberto, el portero del edificio.

Dos partidos más llegaron y se fueron sin victorias. Sólo un empate arañado 1 a 1 ante el que hasta nuestra llegada era el peor equipo de la liga como satisfacción. Cuando llegamos al último partido del grupo, contra los que iban primeros ni siquiera llegábamos a armar equipo. Y ahí, contra los mejores de la zona es donde entra en escena mi “día casi perfecto”.

–Che, no somos ni once –dijo Diego mientras contaba las cabezas–, mejor ni entramos... encima contra los de Newbery que clasifican primeros.
–¿Pero quién carajo falta? –susurré con bronca. Con el pasar de los partidos el grupo se había descascarado, mi Dream Team se había convertido en una pesadilla de las fuleras.
–Todos –terció Ale–. Faltan los Trippicchio, Peluca y mi primo Andrés.
–Bueno Hueso, entra vos –dijo Diego.

Varios se miraron pero nadie objeto nada. Además, ¿para qué? Si clasificar no se podía, el torneo terminaba y lo peor que podía pasar era que en vez de quince nos metan veinte.

Mi cabeza ardía. Me moría de ganas por entrar, pero no quería ser el chivo emisario del asunto. Lo pensé dos segundos y acepté.

–Voy de puntero izquierdo –dije–, no sé si sirve pero hacemos número.

Me dedique a moverme y elongar un rato, el partido estaba a punto de empezar cuando me acerque a Ghigliazza y le dije al oído: –Pico por la izquierda hasta el fondo ni bien saquen, mira el espacio que dejó el tres. Diego miró de lado y me guiñó el ojo. Hace cinco años que nos conocíamos y de todos los amigos con los que jugaba, era con el que mejor me entendía en la cancha, uno de esos tipos que cuando te tiran un pase están tratando de sacar lo mejor de vos en vez de mandarte al muere. Él sabía cual era mi límite, qué tipo de jugadas mejor ni intentarlas y en cuáles servía. En fin, todo un conductor.

Un segundo antes de que Ale le diera el pase a Diego yo me lance a correr como un desesperado. Mi truco había funcionado: ya sea por el típico acomodamiento del comienzo o porque el tres de ellos no leyó la jugada, yo tenía un corredor de 15 metros de ancho descubierto. Corrí mirando para adelante, fichando hacía el arco cuando escuche el grito delator.

–¡¡Hueeeeeeeesoooooo!!

Los oídos me martillaban, las piernas seguían en su carrera junto a la raya y ya no me quedaba tiempo para hacerme el boludo... la jugada era mía y todo por boquear con Diego. Uno hace eso para que después, cuando la jugada es otra, levantar los brazos y mirar hacia atrás con cara de “¿No viste que estaba solo?” y volver con honra a tu campo... pero el “plan A” había fallado, sólo quedaba tratar de pasar la menor vergüenza posible.

Miré hacia atrás por la derecha, a la distancia estaba Diego levantando la mano, el pase ya había salido y mi única esperanza para evitar el bochorno, desaparecido: Venía exactamente hacia donde yo estaba, no era un gran pase, sólo era un pase excelente.
Escuche el grito del arquero hacia su defensa “¡A ese que se va!” y lo vi nomás al famoso tres abriéndose desde el medio. Era morocho, bajito y la verdad, bastante fiero, corría todo tensionado como si fuese Robocop en máxima velocidad. Cuando lo tuve a dos metros me encontré con su respiración acelerada y sus ojos virando al rojo.
A todo esto la pelota seguía su curso. Pasó por encima de mi hombro y pico dos veces en el pasto, el momento de la verdad había llegado: sabía que ahí, en el primer toque era donde más podía cagarla. Si zafaba, después podía tirar un centro de mierda o ser trabado por el petiso y el honor habría quedado salvado, pero si le erraba ahora, me enredaba las piernas o simplemente se me iba, todo ese rollo de meterme en el equipo iba a ser reprochado por años. Me imaginaba tarjetas de Navidad del tipo: “Que tengas un buen año... vos, tus hijos, tus nietos y esa pierna derecha del orto que nos cagó allá en la liga”

La toque con el empeine y salió hacia adelante, lo suficiente como para no tener que puntearla de nuevo pero sin el riesgo de que se vaya por el fondo: la operación había sido un éxito, ahora el resto era ir por la gloria.

Quizás todo lo que hice desde ese momento esta marcado de alguna manera por ese día. No se si estaría escribiendo relatos de fútbol si no tuviese bajo la manga un as como este. El centro fue impecable, soñado, único en mi galería histórica de centros. Fue de zurda, pierna que no manejo tanto (aunque creo ser ambidiestro, le pego mal con las dos piernas), fue combado. Mientras avanzaba por el impulso después de pegarle la vi salir como hacia el arco y doblarse para dentro después. Fue perfecto, en altura y en trayectoria, inclusive en utilidad: por el centro venía avanzando nuestro nueve, un flaco del barrio, amigo del Pupy que al ver la pelota aprovecha el impulso con el que viene y salta sobre la marca para conectar el cabezazo.
Hasta el salto fue perfecto. De costado, mirando hacia la izquierda de donde venía la pelota, con las piernas abiertas como el Enzo en uno de sus últimos goles, cerrándolas en tijera en el momento de pegarle con el parietal derecho.

No entró. Eso es lo primero que puedo decir. El cabezazo fue perfecto, el arquero no pudo hacer nada, la pelota dio en el travesaño cerca del ángulo, picó para arriba y fue embolsada por sus manos en la caída.

El reconocimiento fue unánime. Nada mejor que volver a tu campo con los aplausos y los “¡Así!” “¡Buena Hueso!” y demás de los pibes. Detrás se escuchaba al arquero contrario gritándole a Robocop “Te dije que lo agarraras, pegatelé y que no se te vaya”. Y uno camina así, como displicente, tratando de que no se note el esfuerzo en tus pulmones, levantando la mano y sacando una sonrisa.

¿Piensan que me alargué demasiado? Entonces deben ser uno de eso agraciados que cuando quieren frenarse y salir jugando para el otro lado, lo hacen. El 95% de los hombres argentinos los envidiamos, pero les decimos que nunca vas a saber lo que es para nosotros hacer un buen centro o un gol de cabeza. Vagamos por el fútbol encontrando oasis de alegrías en los desiertos de angustia.

¿Cómo salió el partido? Ni me acuerdo, nos golearon, creo que 5 a 1. Mi participación en los restantes 89 minutos fue nula, el petiso me siguió hasta mi casa. Bah, nula no... creo que la pelota del quinto gol me la roban a mí, pero de eso no me acuerdo. Además, era goleada igual y creo que ni se dieron cuenta.

Todos queremos (y creo fervientemente que todos deberíamos tener) un día de gloria, a veces pienso que este fue el mío, otras me levanto pensando que en algún solteros contra casados, o jugando con mis hijos dentro de unos años me esta esperando mi día perdido.
 

Wasted Talent Design by Insight © 2009