Socios


A lo largo de la vida uno se encuentra con socios futboleros de diversa índole, los hay de tribuna, de café, de cargadas en el laburo. Pero hay otro tipos de socios, están los que son socios en la cancha, los que te tiran el pase justo, aquellos con los que decidís jugar de entrada en un picado. A lo largo de mi vida tuve varios de esos compañeros. He aquí mi homenaje a los sacrificados que me hicieron jugar un poco mejor de lo que juego.

El fútbol como todo juego de equipo, vive del espíritu de grupo, pero se alimenta de las pequeñas sociedades. Como bien dijo Valdano, las pequeñas sociedades se dan adentro de la cancha. Dos o tres jugadores bastan para transformar un picado mediocre en el más apasionante de los juegos. Y no es solo físico, son dos emociones, dos pensamientos latiendo a través de la misma pelota.

Bochini y Bertoni en el Sarmiento
¿Cómo es el momento en donde se deja de correr detrás de la pelota y se pone a jugar algo parecido a lo que se ve en la tele? No lo se, pero si recuerdo el dónde y cuando: Fue en el patio del Jardín Preescolar Sarmiento a finales de 1978, con cuatro años recién cumplidos. Se acercaba el fin de año y los chicos de mi grupo, los chupetines (ese es el nombre que la dirección del jardín había reservado para la sala de 4 años) nos íbamos a quedar la noche entera con los indiecitos de la sala de 5. El plan era excitante... campamento en el jardín durmiendo en la salita, guerra de linternas y el tradicional partido anual entre la sala de 4 y la de 5.
Decían por los pasillos que en los dieciseis años de tradición findeañera, sólo una vez los chupetines le habían ganado a los indiecitos en el lejano verano de 1965. Para el ´78, esos bravos chupetines deberían estar entrando a la universidad y a esta altura ya peinan las primeras canas. Seria maravilloso encontrarme ahora con alguno de ellos, los héroes del Sarmiento.

Uno de los maestros hacía de arbitro. Nos habían pintado en las remeras los números y usábamos los equipos Adidas azul oscuro con las tres tiras a los costados, el uniforme de todo aquel que haya sido niño en los 70.

Los de la sala de cinco eran mas grandes, no se si es el tiempo pero los recuerdo como unos mastodontes similares a los Yaks esos búfalos gigantescos de la estepa canadiense. Jugaban pintados, como indiecitos que eran. Ante nuestras caras pasaban gritando y tapándose la boca en el clásico uauauauauauuaua made in John Wayne mientras nos aseguraban que no íbamos a salir vivos.
Seguramente sospechan de algún ardid de mi parte para darle calor al relato, en sus conciencias de adultos responsables quizas no recuerden lo que es ser chicos. ¿A que edad uno se plantea sin culpas cosas como descuartizar grillos pata por pata, decirles a nuestra hermana que es adoptada o pegarle a otro solo porque tiene un juguete que nos gusta? ¿En qué otro momento somos tan crueles como en nuestros primeros pasos? Bien, parece que estos indiecitos eran de los peores, unos estirados satánicos que estaban a punto de entrar en la primaria y nosotros, unos chupetines de guardería en busca de un líder.

¿Y como se podía llamar nuestro líder sino Diego? Mi primer socio futbolístico fue Diego Feld. Con el tiempo se convertiría en un flaco alto y desgarbado y se dedicaría al diseño gráfico, pero a los cinco años era lo más parecido que existía en mi mundo a Ricardo Bochini. Y claro, yo no era otro que su fiel Bertoni. Según dicen los tíos borrachos en reunion familiar la cosa viene de lejos. Nuestros padres son amigos desde hace años y jugaban básquet y fútbol en los clubes del barrio. Parece que el esquema era el mismo... Feld de manija y Feuer de definidor ciego. Ser el manija del equipo esta bien. Hay respeto alrededor del puesto. Es como en esas películas yankis que pasan los sábados en donde el QuarterBack es el protagonista y se lleva a la líder de las porristas a la cama antes del segundo corte comercial. Ser la manija esta bien siempre. Es bueno cuando las cosas salen bien y es mejor cuando salen mal, la culpa siempre es del que recibe, de aquel que solo tiene que poner el pie para que la pelota entre.

Nos juntó en el patio abajo del mastil y desde la épica de sus cuatro primaveras nos arengó hacia la victoria. No habló con palabras emotivas, no era ese tipo de líderes, si era lider era por el juego, por calidad y no por emoción o coraje. Era el Bocha, hasta se paraba parecido.

A riesgo de cruzar la borrosa línea de la credibilidad el partido fue excepcional para las edades de los protagonistas. No hubo una catarata de pelotas entrando en los arcos, tampoco 25 almas corriendo detrás de la pulpo. Cuando promediaba el segundo tiempo los indiecitos ganaban 1 a 0 con un gol de rebote. Los minutos pasaban pero el resultado no. Miles de veces la pelota estuvo a unos centímetros de la línea del arco chupetinero y miles fueron los rechazos. Los maestros se divertían y entre corrillos jugaban apuestas... Doce años después, viendo a Goycochea y Simón rechazar los embates de Careca en ese partido-milagro del mundial 90 me vino a la mente nuestro arquero chupetín tirado encima de la pelota con un malón de indios a sus flancos. No tengo imágenes pero si sensaciones: nos estaban cascoteando el rancho como correspondía.

Mentira. Si tengo imágenes, una al menos que no me abandona en los días de pesimismo. Pase cruzado de Diego, desde la mitad izquierda de la cancha. No me mira, no lo necesita. Sabe que estoy ahí. Sabe que vengo entrando por la derecha con toda la rapidez que permiten las piernas en formación. Sabe que es el empate. Sabe que es histórico. Sabe también, por algún giro retorcido de su información genética , que lo voy a errar. Creo que hasta se alegra por eso. Sabe que la gloria si entra será compartida y sabe mejor que nadie que las culpas caerán sobre el pie derecho de su devoto Bertoni.

No entró. Me pegó en el empeine y pico hacia el mural que engalanaba el patio, cerca del sol pintado con carita sonriente. Las polaroids son frescas, como si fuesen recién tomadas. El solcito se ríe, el Bocha se agarra la cabeza, creo que me insulta. No importa, peor es el sol burlón y desangelado. Da ganas de patearlo con los fulvencitos sin tapones. No por chico uno es bobo, sabía lo que me estaba diciendo ese rictus en la pared. Es muy duro comprender en los tempranos cuatro que el fútbol se había convertido en una cosa de la cual mejor hablar que hacer, escribir a disfrutar. Fue sólo un pantallazo, luego seguí jugando y hasta el día de hoy lo sigo intentando. He errado mas goles hechos entrando en diagonal a medio metro del arco de los que he metido pero he metido algunos de antología en las posiciones mas descabelladas. Me especialice en hacer difícil lo facil e imposible lo obvio.

Al mediodía vinieron los padres a buscarnos. A rescatarnos del rito de iniciación que habíamos superado. Daniel y Jorge vinieron juntos como buenos amigos. Ellos formaban parte de la comunidad del Jardín, sabían sus códigos y leyendas. Lo primero que preguntaron fue el resultado del partido. Diego llevó la voz cantante... "uno a cero papa... nos ganaron por poquito. Mariano se erró un gol hecho de un pase que le di". Jorge con una sonrisa en la boca lo miró a mi viejo y se la metió de emboquillada: ?Hay cosas que no cambian gordo eh? Pasan las generaciones y se siguen mandando las mismas cagadas...?
 

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